martes, 17 de febrero de 2015

Dos hermanas

Cada una de ellas iba viajando en su propio mundo a pesar de ir juntas una al lado de la otra, sentaditas tal como les habían dicho: "siempre juntas, nunca se separen". 
Sus miradas se perdían en la curiosidad por lo que el viaje en colectivo les mostraba a través de la ventanilla, vestían con la humildad que un hogar pobre y lejano podía.
Mala suerte, desventura o bendición, quien sabe que, solo Dios sabe por qué las dos hermanitas habían venido al mundo con menos luces que preocupaciones, sus bocas abiertas de grandes dientes y sorprendidas por todo cuanto las rodeaba, un poco cortas de vista porque tal vez no necesitaban ver más allá de sus bolsitos y mochilas.
No se hablaban, al menos no con palabras, tal vez se entendían con sus miradas, gestos y eso hacía que aún más el mundo les fuera ajeno como aquellos graffitis proselitistas que las dejaban afuera de cualquier interés por las pugnas políticas porque ellas nada sabían de sonrientes candidatos mentirosos y elecciones dudosas y oportunistas, no había lugar para nadie más entre ellas dos.
Sus eternas expresiones boquiabiertas e indiferentes las mantenían a salvo de cualquier intento del mundo por envolverlas con sus brillos y oropeles.
"Siempre juntas, nunca se separen".
Ese mandato era tal vez el único mensaje que permitían del mundo exterior porque las protegía y las hacía a la vez invisibles a la mirada torva del mundo.
Yo bajé del colectivo y ellas continuaron su viaje a un destino incierto pero que sin embargo no las inquietaba en lo absoluto.
Allí continuaron su viaje absortas en el misterio de sus vidas pequeñas, simples, únicas, infinitas.
El colectivo siguió su camino llevando ese par de ángeles anónimos en medio de esta ciudad que no perdona a nadie, aunque ellas tal vez nunca lo sepan.
17-2-2015